Todos llevamos dentro el niño que fuimos. Cuidar al niño interior es de vital importancia para la mejora emocional y para mantener una sana autoestima. Casi todos, en la infancia hemos tenido heridas emocionales y, si no las solucionamos en su momento, el niño interior se verá dañado. Cuando somos adultos lo que debemos hacer es comprender lo que le pasa para sanarlo.
Cuando sientas una emoción negativa, pregúntate por qué te sientes así y trata de comprenderte. De buscar la manera de mejorar esas negatividades. Deja fluir tu tristeza, tu miedo, tu ira…; porque son emociones necesarias para nuestro organismo. Con ellas y a través de ellas también expresamos lo que le pasa y ha pasado a ese niño interior. Nuestra niña interior representa la parte de nosotras mismas que guarda intacta y, desde el punto de vista de un niño, las experiencias buenas o malas que vivimos entre los tres y los cinco años de edad. Estas experiencias regulan nuestro día a día, desde lo más profundo del inconsciente.
«El medio mejor para hacer buenos a los niños es hacerlos felices.» -Oscar Wilde-
Los adultos que tienen a su niño interior saludable no se reprimen cuando lo único que quieren es hacer algo que no es propio "de adultos". Como por ejemplo, pasar por una plaza y subirse a un columpio, ya que no les importará que la gente los mire. Y hasta se ría de ellos.
Los adultos con el niño interior dañado se reprimen cuando desean hacer cosas propias de la infancia. Desean dar una imagen correcta, seria, de adultos. No se dan cuenta de que todos los humanos tenemos la necesidad de volver a ser niños de vez en cuando. No es que sea malo sino que están dejando que su niño interior se divierta.
Los adultos que tienen hijos pueden volver a divertir a su niño interior cuando juegan con ellos, quién no ha oído aquello de que «al padre le gustan más los videojuegos que al hijo…». En cambio, las personas adultas sin hijos, se reprimen más a la hora de hacer cosas propias de la infancia. Ya no le pegan a la pelota sin razón alguna, ni se ríen de cualquier cosa, es como "en la edad adulta ya hay que ser correcto" y todo lo demás es de inmaduros.
«Los hombres no dejan de jugar porque envejecen; envejecen porque dejan de jugar.» -Oliver Wendell Holmes Jr.-
No hay nada más saludable que dejar que tu niño interior sea espontáneo. La edad adulta también necesita de vez en cuando sacar esa parte divertida.
Ya que nuestra autoestima se mantiene en constante construcción y retroalimentación, debemos monitorear nuestras emociones y sentimientos para poder detectar aquellos vacíos existenciales que nos estancan en ocasiones.
Si queremos sanar esa parte de nosotros, es necesario conectar con el dolor original de nuestras heridas, aceptar el sufrimiento como algo natural para poder soltarlo.
Las cosas que nos decimos a nosotros mismos desempeñan un rol importante en cómo nos sentimos por dentro, de igual manera, las palabras duras e hirientes que nos han dicho otras personas y las malas experiencias que hemos tenido a lo largo de nuestra vida.
La verdadera naturaleza del ser humano surge de nuestro interior, justo donde vive latente la esperanza y la inocencia. Un niño actúa de manera sencilla, inocente, ingenua, espontánea, traviesa, franca, pura e infantil.
Aunque seamos personas adultas, saquemos ese “niño interno” que llevamos dentro. Esa parte divertida en nuestro interior siempre estará presente, una pequeña luz brillante llena de amor y de inocencia dispuesta a vivir de manera plena.
En resumen, nuestro niño interior más bien se trata de un "concepto" que reúne las cualidades de nuestra esencia : agilidad, amor incondicional, alegría, entusiasmo, vitalidad…
Cualquier trabajo de desarrollo o crecimiento personal que empecemos se dirige hacia un mismo fin: amarnos y aceptarnos incondicionalmente.
Así que el trabajo con el niño interior es un trabajo de sanación a través del corazón.
Desde nuestra fragilidad o vulnerabilidad de niños, pudimos sentirnos sin recursos y heridos; muchas de esas heridas que no se han sanado continúan acompañándonos de adultos. Algunas de estas heridas parecen estar muy a flor de piel y nos hacen reaccionar de forma impulsiva. Cuando reaccionamos de forma desmedida/ incomprensible, no es más que el niño expresando su herida a través del adulto.
Todas nuestras heridas son infantiles, incluso las que se muestran cuando somos adultos.
Cuando criticamos a nuestros padres es nuestro niño herido el que habla; es nuestro niño herido que no sabía defenderse pidiendo amor, reconocimiento, comprensión, y atención.
Si nuestro niño interior se siente carente es nuestra responsabilidad de adultos empezar a satisfacer sus demandas.
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